Las claves humanas de Sudamérica – El poblamiento y las culturas

Salvo África -donde sabemos que se inició la vida humana- en el resto del mundo todos somos más o menos recién llegados, ni qué decir en las Américas, que recibieron sus primeros pobladores hace unos 30.000 años, lo cual en términos históricos es apenas anteayer.

Después de cruzar desde Asia hasta Alaska, el avance humano habría alcanzado el norte de Sudamérica 14 o 15.000 años atrás, llegando al sur del continente hace no más de 9.000 años. No debería negarse de plano la posibilidad de alguna corriente migratoria que hubiera entrado por otro punto, pero si existió fue de menor significación cuantitativa y cultural.

CULTURA DE LA PRIMERA POBLACIÓN

Los primeros en llegar a América eran exactamente como nosotros, homo sapiens, humanos modernos, que estaban en ese tiempo llamado prehistoria, es decir anterior a la escritura -al igual que el resto del mundo en aquel entonces- y utilizaban artefactos de piedra tallados a golpes, que simplemente eso es el paleolítico o período de la piedra antigua.

Mientras aquella primera oleada avanzaba desde Norteamérica hacia el sur, algunos grupos se fueron afincando -esto relativamente, porque seguían siendo cazadores y recolectores- y podríamos creer que con la estabilidad de asentamiento vendría el ascenso en la escala cultural, pero eso no fue exactamente así.

De haber ocurrido de ese modo, los americanos de los actuales territorios canadienses y estadounidenses se habrían sido los más desarrollados, seguidos por agrupaciones cada vez más primitivas a medida que nos acercamos hacia el extremo sur de América Meridional, pero no ocurrió de ese modo y los grandes focos culturales no se encontraron en el norte más norte de las Américas sino en Mesoamérica -mayas y aztecas- y en los Andes centrales y la costa aledaña sobre el Océano Pacífico.

Si quisiéramos conocer el grado de desarrollo de los primeros pobladores americanos a través de su cultura práctica, pondríamos el ojo en las dos grandes revoluciones que son la agricultura y la metalurgia, pero no se pueden olvidar los adelantos en el trabajo de la piedra, la cerámica, las artes, la religión y el orden social.

En cuanto a la agricultura americana, según los estudios más recientes, habría tenido inicio incluso fuera de aquellos grandes focos, en alguna zona del actual Ecuador, hace 9 o 10.000 años, mientras el otro gran paso, el de la metalurgia, sí fue dado por aquellos centros de cultura superior, donde se manipulaban el oro, la plata, el cobre, el estaño e incluso el bronce, pero sin llegar a la siderurgia, trabajo del hierro, que recién se conocerá en América con la oleada migratoria ibérica. La edad del bronce, tiempo espléndido de la humanidad que se sitúa entre el 3.300 y el 1.200 a.C., encuentra a los pueblos más desarrollados de América prácticamente en simultaneidad con los del resto del mundo, casi sin diferencias en el uso de ese metal, que son más estéticas que esenciales.

Imbricado con esos datos del desarrollo material, en los focos culturales mayores también aparece la evolución espiritual y organizativa manifestada en el perfeccionamiento religioso, con sus panteones que incluyen una divinidad preponderante y así se van preparando para el monoteísmo, mientras surgen ciudades y esquemas sociopolíticos complejos. Paralelamente a ese desarrollo muy focalizado, la mayor parte de los demás grupos americanos llevaba una vida tan básica que prácticamente no tenían siquiera necesidad de organizarse más allá de la familia y la tribu, privados incluso de religión, de modo que su sentido de trascendencia apenas alcanzaba a un vago animismo.

A diferencia de lo ocurrido en el mundo europeo, por ejemplo, donde la pequeñez y la accesibilidad territorial habían permitido que la vida cultural se transmitiera rápidamente desde polos de mayor desarrollo hacia las demás poblaciones, eso no fue posible en la enorme y difícil geografía de las Américas. Por el contrario, la realidad americana más bien permitió que coexistieran, separados por la montaña, la selva y el desierto, unos núcleos indios que hacia el año 1.000 a. C. eran equiparables con las culturas avanzadas del resto del planeta, mientras contemporáneamente otros grupos humanos sobrevivían en un estadio muy primitivo y pobre.

Al llegar a América la segunda oleada migratoria, mucho más próxima a nosotros que aquella primera, van a encontrarse frente a frente una cultura india que básicamente son dos, una de alto desarrollo y otras en un grado primario de civilización, con una cultura muy homogénea, que era la ibérica.

CULTURA DE LA MIGRACIÓN IBÉRICA

La llegada de españoles y portugueses al continente americano es tan reciente en términos históricos -pasaron apenas 500 años desde que comenzó- que ese hecho suena para muchos como el arribo de unos sujetos que vinieron a sorprender con su presencia una condición original y por añadidura muy feliz, que se arrastraría desde siempre. Pero la realidad es bien otra, puesto que todos, antes o después llegaron desde afuera y movidos por el mismo afán humano de hacer propia toda la faz de la tierra; sólo los bichos se mueven por instinto y hasta el límite de su necesidad, mientras nosotros tendemos a ir más allá, adonde nos llaman y a donde no nos llaman, también.

Así como en América hubo pueblos que se dispararon en su desarrollo y eso no puede deberse exclusivamente al entorno sino a la conjunción de jefes notables, gente sabia, circunstancias favorables, acontecimientos fortuitos y lo que Dios hubiera querido darles graciosamente, también en el mundo viejo hubo algunas civilizaciones que se destacaron del resto. Entre esas y en lo que nos toca más directamente, la capacidad intelectual y de acción de Grecia y de Roma fueron tan altas y únicas que no sólo se potenciaron a sí mismas e incluso mutuamente, sino que además atrajeron a otros pueblos a su esfera de influencia, pero fundamentalmente echaron las bases de una civilización superior, cuya grandeza iba a consumarse con la infusión de la fe cristiana.

Los llegados a América después del descubrimiento venían de aquel tronco y cronológicamente eran renacentistas, es decir contemporáneos de la civilización europea que ya iba perdiendo el vigor original de la fe católica, pero españoles y portugueses eran todavía muy medievales -anticuados, si se quiere- en sus convicciones, su mentalidad, sus prácticas. Otro factor importante es que ambos pueblos se toparon con América inmediatamente después de concluir la reconquista de la península ibérica -especialmente por parte de los españoles- después de casi 800 años de estar sobre las armas resistiendo la ocupación musulmana, tiempo suficiente para que se hicieran en el molde del esfuerzo y la guerra. Gente vigorosa, aguerrida, dura para sobrellevar las penurias, cristianos convencidos y partícipes de una cultura riquísima, eso es lo que fueron los hombres de la conquista y la colonización.

Por supuesto que los nuevos inmigrantes, los conquistadores ibéricos, no eran ángeles, pero sí hombres imbuidos de una fe profunda que, con todas las alturas y pequeñeces de la naturaleza humana y por encima de todas las ambiciones y las rapacerías, tuvieron el motor de la conquista en la creencia cristiana y sus derivaciones culturales, así como la base para el posterior afincamiento colonizador en las tierras americanas y la íntima trabazón con los pueblos que fueron encontrando.

Ese es el mundo que llega a América en el siglo XV, desde el otro lado del Atlántico, y a quienes no les guste el caldo, dos tazas, porque la historia es necesaria para conocerla y aprender, pero no para falsearla y menos aún para pedirle cuentas.

LA FORMACIÓN DE UNA NUEVA REALIDAD

Entre infinitas penurias, actos de intrepidez y golpes del azar, lo particular de la conquista española es que fue desarrollándose hasta hacer pie, lógicamente, donde estaban asentados los núcleos más poderosos y desarrollados de las Américas. Ya desfalleciente el mundo maya, un reino español se estableció en el actual México y otro en el Perú, imbricándose respectivamente con los imperios azteca e inca, cuyos antiguos centros de poder se transformaron en dos capitales virreinales, cabezas de los virreinatos de Nueva España y de Lima, respectivamente.

Esos grandes espacios de dominio español iban a subdividirse en otros virreinatos y jurisdicciones subordinadas, mientras la porción portuguesa de Sudamérica se fraccionaría de manera típicamente feudal, medieval, en capitanías hereditarias con capital en São Salvador de Bahía primero y luego en Rio de Janeiro. La ocupación territorial de la parte lusitana se resumiría durante largo tiempo al litoral oceánico, mientras la penetración en las posesiones españolas iría, rápidamente, bastante más al interior.

Era obvio que, pese a todos los episodios de guerra que mediaron para que fuera posible, la instalación de esos centros de poder hispánicos sólo se produjo donde los recién llegados pudieron articularse con pueblos locales organizados y cultos. Apenas los mexicas -que llamamos aztecas- y los incas estaban en condiciones de comprender el pensamiento abstracto que sostiene a las culturas superiores y que es capaz de articular un orden sociopolítico complejo.

La relación con las poblaciones más primitivas fue bien distinta, primero porque entre ellas y los conquistadores existía una brecha cultural insalvable que impidió una avenencia similar a la que se llegó con las culturas americanas superiores, segundo, porque las partidas conquistadoras que penetraron los territorios más salvajes eran pequeñas, incapaces de imponerse por la fuerza y obligadas permanentemente a negociar y transigir. Esta última situación se aplica totalmente a lo que ocurrió en los dominios americanos de Portugal.

De evolución natural de las diversas formas de relación, es que van a definirse la idiosincrasia, los criterios, el ordenamiento sociopolítico, la vida, en suma, de este mundo nuevo y antiguo a la vez, que es América.

Cap. Juan José Mazzeo

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